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La Nueva Titanomaquia. ¡Estamos vivos!

Narrativa en la Nueva Titanomaquia

La directora

 

Ese año se fundaría la Escuela Normal de Antofagasta. Todas las alumnas del Liceo de Niñas se inscribieron allí. Desde la hija del comerciante rico que iba a ir a Santiago a estudiar a la universidad; hasta la del obrero alcohólico que a veces era relojero, otras pintor, pero curiosamente para esa zona, nunca fue minero. Esta última se llamaba Rosa García. No pensaba estudiar después de salir del Liceo; incluso ya se había conseguido un puesto como oficial de Registro Civil.

Pero su madre, una vivaracha mujer sureña emigrante en el norte, le ordenó:

-Serás profesora.

Era el año 1945 y Chile había superado la crisis económica del 30, quizás abasteciendo de cobre y minerales a los aliados en la Segunda Guerra Mundial. Los gobiernos Radicales, llamados del “New Deal”, descubrieron que tenían un país campesino con una población semianalfabeta: si querían industrializar al país, tendrían que educar a la población. “-Necesitamos formar profesores.” -; se dijeron. “Aquí cualquiera que estudie tendrá un trabajo asegurado.”

El internado era gratuito y Rosa, que vivía en la misma ciudad y habría podido viajar todos los días desde su casa, por órdenes de su madre se internó allí. Tenía mucha vergüenza cuando su padre llevó sus cosas en un carretón de mano, mientras sus otras compañeras llegaban en taxis o autos particulares.

 

Su infancia fue pobre en el norte, tan rico en minerales. Rosa recordaba cuando con su hermano tenía que ir a buscar el agua potable en tambores; luego debían llevar el tambor rodando calle abajo hasta su casa. Eran sureños, nunca dejaron de serlo en el norte. Al igual que los yugoslavos (en ese tiempo así se llamaba a los croatas), los italianos y los chinos, ellos eran inmigrantes en el norte de Chile. Sólo que venían del mismo país, pero de tan lejos: su ciudad de origen estaba dos mil kilómetros hacia el sur.

 

Ni Rosa ni sus compañeras habían pensado nunca en ser profesoras. Todas tenían sueños universitarios, o de casarse, o de cualquier otra cosa. Pero la universidad estaba en Santiago, y en 1945 mil quinientos kilómetros de distancia eran mucha cosa, mucho más que ahora. Por eso en el primer día de internado se encontraron allí todas las ex compañeras del liceo.

-¡Hola chiquillas! -; gritaban todas en algarabía juvenil, casi adolescente aún.

¿Por qué digo todas? ¿No habían allí futuros profesores hombres? Creo que sí, pero estaban en tan abrumadora minoría que ni se los mencionaba.

En esos dos años de estudio conocieron las artes y las ciencias; quizás someramente pero todas. Es que después tendrían que enseñar todas esas asignaturas. Esta holística formación las hizo más humanistas. Debieron aprender a tocar algún instrumento musical, hacer deportes, saber matemáticas, literatura, dibujo, ciencias naturales, historia, etc. Viajaron por gran parte del país en giras de estudio, sin pagar un cobre, incluso fueron hasta el sur del Perú.

Pero los fines de semana Rosa debía volver a la casa de sus padres. Ahora se daba cuenta de que eran pobres.

 

Cuando se tituló, como primer destino eligió la ciudad de Tocopilla: allí le pagarían “zona”. De su primer sueldo extrajo lo suficiente para pagarse la pensión, un poco para sus gastos personales: el resto lo envió todo en un giro a sus padres.

 

Pasaron los años y la familia de Rosa volvió al sur. En realidad, sólo las mujeres de la familia volvieron. A los hombres los dejaron abandonados en el norte. Con el tiempo supo que su hermano ya casado, se había hecho carabinero. Y que su buen mozo padre había muerto borracho en algún bar de Antofagasta.

A él nunca lo volvió a ver; a su hermano sí, dos o tres veces.

 

Cuando Rosa volvió al sur, viajó asustada. En realidad los sureños eran sus padres; ella y sus hermanos sólo conocían el mar y el desierto. Eran muy niños cuando habían emigrado.

El viaje entre Antofagasta y Santiago en avión fue muy agradable. Pero de Santiago al sur estaba lloviendo. Rosa miraba sorprendida por las ventanillas del tren: los niños corrían descalzos chapoteando por el agua y el barro. ¡Y parece que se divertían! ¿Así de salvajes iban a ser sus futuros alumnos?

Corrían por su ventanilla las ciudades de sus antepasados: Curicó, Talca, Linares. Chillán, donde había nacido. Curiosamente ella no conocía la ciudad donde había nacido.

 

Fue destinada a una escuela en un pueblo semi rural. Dejó a su madre y a sus hermanas en una ciudad, en la casa que les arrendó, y se fue a trabajar.

Los gobiernos del país se sucedían; de todos los colores. Posteriormente ella fue trasladada a un campo, para que fuera Directora de una nueva escuela que se estaba creando allí. En ese lugar conocería a su futuro esposo y padre de sus hijos. Aunque quizás ella no quería que fuese así, curiosamente él se parecía mucho a su padre.

Para ese entonces Rosa ya era conocida por todos como “la señora Directora”.

 

 

L M Q

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