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La Nueva Titanomaquia. ¡Estamos vivos!

Fragmentos forman una historia en La Nueva Titanomaquia

 

Evolución

 

 

    Yo estaba en el campo. Andaba en mi triciclo en un lugar infestado de gallinas, pollos, patos... Retrocedo y atropello a un pollito dándole muerte. Mis primos me van a acusar: es mi primera rabia. ¿Por qué me acusaron? Yo arranqué donde una tía, creyendo que mi padre me iba a castigar por mi pollicidio involuntario. Después, en mi vida, he hecho varias veces daño en forma involuntaria. ¿O he creído hacerlo?

 

    Era inicios de otoño del 83, cuando salí de mi provincia hacia la capital en tren. Traía una carta y una solicitud de ingreso, para un Hogar de Estudiantes que estaba en la calle Dieciocho. Era un Hogar Luterano y no estaba seguro de si me iban a aceptar ahí.

    El tren corría...

    Yo me estaba alejando de mi familia y acercándome a la lucha. ¿Qué buscaba? Recuerdo que el tren corría, y me sentía como Neruda cuando se vino de Temuco a Santiago a estudiar al Pedagógico. Sentía que muchos habían hecho ese viaje antes que yo, pero que lo mío era nuevo: nuevo para mí.

    El tren corría...

    Me compré una cerveza. "¿Qué va a pensar el Director del Hogar Luterano, cuando me sienta el olor?"

    El tren corría, y yo venía en busca de mi verdad…

 

    Me titulé como profesor de castellano. Busqué donde ejercer mi profesión. Hice mi práctica y algún reemplazo en liceos de Ñuñoa. Pero en parte debido a mi ceguera, encontré más fácilmente trabajo en un call center. Era una empresa de cobranzas... Éramos subcontratistas. Cobrábamos para grandes corporaciones: autopistas, Bancos, servicios de telefonía... La gente se enojaba con nuestras llamadas.

    -Buenos días. ¿Se encontrará don Juan González Tapia?

    -No lo conocimos.

    -Ah, ¿y ahora lo conocen?

    -Que no lo conocimos te dicen. ¿Me estai weando?

    Hasta que llegó la pandemia. Quebró la empresa de cobranzas. A muchos nos finiquitaron. Mis padres y tíos habían muerto. Por eso creo que esta ciudad ya me acogió…

 

    Yamilet era medio loquilla pero me ayudaba. Yo iba el lunes en la mañana al CAM de mi domicilio, a ver lo de mi cuenta de agua potable. Y ella se acercó y me tomó, iba para otro lado pero la convencí de que me acompañara. El problema era que olvidaba a cada rato para dónde íbamos, al final la llevé yo a ella. Me contó que se llevaba mal con su mamá y sus hermanas, pero que con su papá se llevaba bien, aunque él no vivía con ellas. Que tenía 24 años y estudiaba costura o algo así. Se detenía en cada cuadra para que descansáramos, ya que desde la pandemia tengo una deficiencia respiratoria.

    Yo le iba contando que en el pasado hubo una niña que hacía milagros llamada Yamilet. Pero esa niña ahora debe tener más de cincuenta años; porque eso ocurrió a fines de los setenta.

 

    Un vecino me anduvo embarrando la onda este martes, eso que era un día feriado. Ahora me da risa pero en el momento me molestó. Yo los invité con su señora, a sacar naranjas de mi árbol. Les di la mitad. Es que estaban altas, hubo que sacarlas con un palo. Me dijo que por qué no me volvía para mi provincia…. A lo mejor andaba medio curado. Para mayor remate se llama Luis.

 

    Ayer me acompañó una señorita muy especial. Yo iba a tomar el metro en estación La Moneda y estaba cerrada debido a manifestaciones. Así que seguí caminando para buscar otra entrada. Y ella me pregunta que cuál es la entrada de Teatinos. Yo le dije más allá y me tomé de su brazo. Tenía acento extranjero y una voz un poco ronca para ser mujer. Cuando ya íbamos en el metro le pregunté y me dijo que era chileno y su nombre era Matías.

 

Mi gato es más bueno que algunas personas

 

    Es que yo no tengo gato. Llega a mi casa por su cuenta. Han pasado ya dos años desde que llegó. Ahora me pedía comida. Yo se la compraba y a veces hasta lo dejé dormir dentro de mi casa cuando hacía mucho frío.

    Ayer lo eché de menos. Hoy me llama un vecino mientras estoy en una reunión literaria por zoom.

    -Llámeme después de la una vecino, que estoy en un taller literario.

    Cuando estoy almorzando me llama y me dice:

    -Don Luis, a su gato se lo llevó una vecina al veterinario.

    -¿Por qué? ¿Acaso lo atropellaron?

    -No.

    -¿Qué vecina es para ir a buscarlo?

    -No sé como se llama, sólo sé que vive en un pasaje del frente.

    El gato ya no vuelve. Él por sí solo sabría volver. Era muy vivo y muy inteligente. Hoy le hice una oración. Mis hermanas del sur lo habían visto cuando me llamaban por teléfono; podrían haberle tomado una foto. Dicen que era muy lindo, negrito completo…

    Para los humanos el amor es dominio o conveniencia; el gato me enseñó lo que es amor sin buscar conveniencia ni querer dominar. Y sin rencores cuando lo retaban, dando su amor desinteresadamente. ¿Era más que un gato? A los vecinos les molestaba que me siguiera en la calle; por eso lo mataron.

 

    “Están cerradas momentáneamente las entradas a estación Pedro de Valdivia, Manuel Montt, Salvador y Baquedano”-; informó la voz por altoparlante a la multitud aglomerada que pretendía entrar al metro.

    Era una mañana de invierno. Hacía frío pero un débil sol pretendía asomarse a través de las delgadas nubes. A pesar del inconveniente, algunas personas se daban maña para contar chistes alegrando a quienes allí nos encontrábamos.

    -Estos niños ni saben por qué protestan-; aseguró un viejo medio enojado medio en broma.

    -Oh, yo creo que sí saben-; replicó una atractiva señorita con acento venezolano.

    Por fin la puerta se abrió y todos entramos en tropel a marcar nuestras tarjetas en los validadores. Me recordé de cuando era niño en el campo y arreábamos las vacas…

    Ya en el tren mostré mi bastón para tomar un asiento. El trayecto iba a ser largo; debía llegar hasta estación Las Parcelas en Maipú. En realidad no tenía prisa, iba de regreso a casa. ¿Por qué corrí al entrar entonces? Para hacer lo mismo que hacían todos. A veces actuamos así; aunque una persona sociable debería ser ella misma interactuando con los demás, no siguiendo al rebaño.

    -Todos seguimos al rebaño, aunque no lo queramos-; me dijo la chica que venía sentada a mi lado.

    Yo me sorprendí: parece  que me hubiese leído el pensamiento. ¿Era la misma que había hablado en la aglomeración antes de subir al tren?

    -¿Eres venezolana? ¿Cómo te llamas?

    -Ema. ¿Hasta dónde va?

    -Voy a Las Parcelas, tengo que combinar a línea 5 en San Pablo.

    -Ah, yo lo acompaño, voy a Plaza de Maipú.

    Entonces conversamos.

    -A mí me importa mucho lo que pasa en tu país-; le dije.- Pero ustedes son todos contrarios a Maduro.

    -Sí, por algo tuvimos que salir de allá… Pero hay cosas que los medios no informan.

    -¿Como qué por ejemplo?

    -Por ejemplo que Estados Unidos le ha hecho novecientas sanciones y bloqueos económicos a Venezuela.

    -Claro; eso lo sabemos pero se nos olvida porque no lo repiten tanto. En cambio repiten la delincuencia, el mismo crimen lo escuché cuatro veces en un mismo día como si fuera distinto.

    En San Pablo Ema me dio su brazo y bajamos las escaleras ya sin apuro.

 

 

LAMQ

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